Un relámpago ilumina la alcoba,
y titilan los muebles
del interior desnudo.
Siempre que llueve y escapa la luz,
incandescentes caras de la noche
son las pobres bombillas
de la oscura ciudad desamparada.
Y un escalofrío enciende los huesos
testigos mudos del acontecer,
los muros del presente.
La vida se consume en el incendio de los días perdidos,
de las tristes reyertas de la nada,
de la desesperanza paralítica.
Hace falta más lluvia,
lluvia diluvio que limpie las llagas,
que frote las heridas necrosadas.
Hacen falta relámpagos
que abrasen las conciencias,
que enciendan la luz del entendimiento,
que iluminen el corazón en sombras.
Manos perdidas que no alcanzan manos,
músculo de fuego que muere helado,
ojos de hielo que se vuelven páramos...
Sombra que al tiempo escapa,
y tu vida, luz en la sombra, pasa
consumiendo la carne
para no dejar nada.